El albedrío es la creencia de que las personas tienen el poder de elegir y tomar sus propias decisiones.
Es decir, que los humanos
somos agentes morales
libres cuyas acciones no están predeterminadas.
Pero a la existencia del libre
albedrío se le ha dado vueltas a lo largo de la historia de la filosofía y de la ciencia y es algo con lo que muchos no están de acuerdo.
Mientras muchas autoridades
religiosas han apoyado esta creencia, también ha sido criticada como una forma de ideología individualista por pensadores como Nietzsche.
Más recientemente, médicos,
neurocientífic@s e investigadores se han unido también a esta discusión sobre si tenemos o no ese libre albedrío.
El experimento de Libet
Benjamin Libet conectó el
cerebro de unos voluntarios a un electroencefalógrafo e indicó a dichos voluntarios que realizaran movimientos aleatorios, como pulsar un botón o chasquear los dedos.
Libet descubrió que las señales cerebrales asociadas
a esas acciones se producían medio segundo antes de que el sujeto fuera consciente de la decisión de llevarlas a cabo.
El orden de las actividades
cerebrales parecía ser percepción del movimiento y luego decisión, y no a la
inversa.
Es decir, que el cerebro consciente sólo intentaba ponerse al nivel de lo que ya estaba haciendo
el cerebro inconsciente.
(La decisión de actuar sería entonces una ilusión).
A lo largo de estos años, los
resultados de Libet se han reproducido una y otra vez, no obstante, la crítica es tajante:
Libet no estaría centrándose en aquello realmente importante, los actos o
decisiones más complejas las cuales requieren de una reflexión previa.
Pero sea más o menos correcto el experimento de Libet, Sapolsky nos ejemplifica cómo, al menos una parte de nosotros, si no toda, depende de nuestra biología:
“Elevar los niveles de testosterona de alguien le hace más propenso a interpretar una cara ambigua como amenazante (y tal vez a actuar en consecuencia). Tener una mutación en un gen particular incrementa las probabilidades de que la mujer sea sexualmente desinhibida en la edad mediana. Pasar la vida fetal en un entorno estresante incrementa la probabilidad de comer en exceso de
adultos. Desactivar una región de la corteza prefrontal en una
persona hace que actúe con más sangre fría y utilitaria cuando toma decisiones
en un juego económico. Ser un familiar de primer grado, psiquiátricamente sano, de un esquizofrénico, aumenta las probabilidades de creer en cosas “metamágicas” como OVNIs, la percepción extrasensorial, o las
interpretaciones literales de la Biblia. Tener una variante normal del gen del receptor de vasopresina hace que un tipo tenga relaciones románticas estables y
la lista sigue…”.
Pero es el propio autor quien comenta que “es muy difícil creer realmente que no hay libre albedrío, cuando hay tantos hilos de causalidad que no se conocen aún, o son
tan intelectualmente inaccesibles”.
Es decir, que todo lo que somos tiene un hilo biológico que justifica lo que hacemos y por qué lo hacemos y que lo que llamamos libre albedrío potencialmente sea la biología que aún no comprendemos bien.
¿Tú qué piensas?
Nos leemos!
Fuentes:
Sapolsky en Edge
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